viernes, 23 de enero de 2009

Cualquier noche puede salir el sol


Bien, supongo que ahora mismo os estaréis diciendo algo así como: Joder, ¿otro blog? ¿Qué sentido tiene abrirse un blog, ahora que ya todo el mundo tiene uno?

Bueno, pues reconozcámoslo ya: es muy probable que no tenga ningún sentido. Ocurre, sin embargo, que yo también tengo algo que decir. Y voy a hacerlo, bien fuerte, para que me oigan hasta lxs de las últimas filas. Ésxs que siempre se quedan fritxs porque todo les importa una mierda.

Ahora bien, ¿qué voy a deciros? Eso no lo tengo muy claro. De momento, al menos. Ya lo iré pensando -porque para pensarlo siempre hay tiempo- y os lo iré comunicando según se me vaya ocurriendo. Así os enteraréis casi al mismo tiempo que yo. Qué guay, ¿eh?

Podría ocurrir incluso que no tenga nada que decir, y entonces os quedaréis con un palmo de narices, esperando ese importante mensaje que ha de llegar y tal vez nunca llegue. En efecto, cabe la posibilidad
. Incluso es muy probable que ésta sea la única entrada que escriba.

Sea como fuere, aquí estoy, armado de turbias intenciones. Ya digo que no sé muy bien cuáles son, pero de lo que estoy bastante seguro es de que esto no va a ir precisamente de buen rollo y paz social. Sospecho, más bien, que mis actividades aquí van a ir encaminadas hacia la catarsis y a desatar de todos los infiernos.
Así es. Esta primera entrada quiere ser, pues, una declaración de guerra. Sí, de guerra: un grito desmesurado contra todo lo que, literalmente, me (nos) está jodiendo la vida.

Y es que, he de decíroslo ya, y quienes me conocen tal vez puedan atestiguarlo: soy en apariencia un tío bastante simpático. Encantador, incluso. Pero, bajo esta seráfica envoltura, ruge la marea de la indignación.


En verdad, en verdad os digo: todos los días ejerzo sobre mí mismo un sobrehumano esfuerzo de contención para que mi rabia no aflore, para que no se produzca esa temible erupción que ruge en mi interior y amenaza con estallar en cualquier momento. Me esfuerzo y me esfuerzo mucho, podéis creerme, y espero que sepáis apreciarlo, por comportarme como un ser civilizado, por moderar mi justa ira y haceros comprender, de un modo asequible y racional, por qué me siento así. Como un preso en su prisión.


De hecho, sé que la mayoría de vosotrxs, si no todxs, también habéis sentido, alguna vez o todo el tiempo, esto mismo que os digo. Y que sufrís en silencio y ardéis en deseos de vomitar vuestro odio, plenamente justificado –porque de justicia es odiarla-, contra toda la mierda que, implacable, nos asedia a diario.

Y a todo esto espero dar salida aquí. Y por eso pienso que ni cristo se va a leer este panfleto. Porque, en el fondo, aunque no queráis reconocerlo, todxs sabéis ya lo que tengo que deciros y del mismo modo os consumís por dentro por expresar lo que bulle en el interior de todxs nosotrxs. Porque, en realidad, todxs estamos hechos del mismo material y anhelamos lo mismo. Muchxs de vosotrxs aún no habéis encontrado las palabras. Esas palabras que abran la espita y liberen la tremenda presión que padecéis. Pero las seguís buscando, y esa búsqueda no debéis abandonarla. Porque sentís esa zozobra, en cualquier caso, igual que la siento yo y la sentimos todxs.

Buenas noticias, pues: no estáis solxs. Esa sensación es el síntoma inequívoco de que algo no funciona bien. Aferraos bien a ella, puesto que quizás sea el último vestigio de cordura que os quede en vuestras caóticas vidas. Y abramos, pues, la boca y, como bien dice Agustín García Calvo –tan socrático él-, arrinconemos nuestro maldito ego, ese cosa inútil, esa mentira. Destruyámoslo incluso, y dejémonos hablar, y que por nuestra boca hable el Pueblo. Porque todo lo que merece la pena ser dicho está ahí ya desde siempre.

Y por eso me da igual que nadie me lea. Claro que sería bonito, para qué negarlo, establecer comunicación con algún ente externo a mí. Eso confirmaría, al menos, que aún sigo vivo, ¿no es cierto?

Pero no, no se trata de eso. Espero, más bien, que este blog me sirva de guía, brújula o carta de navegación; que me permita reflexionar, conocer y comprender mejor el mundo y a mí mismo, en el supuesto, claro, de que no sean la misma cosa; que me lleve adonde quiero llegar.

¿Y adónde es eso?

Pues a la anarquía, naturalmente.

Salud, compañerxs.